Día 1 – La llegada

Te comparto este Relato Erotico con mi sobrino:

Raúl llegó a la villa en Tumbaco una tarde fría, con el aire de Quito colándose por las ventanas abiertas. No lo reconocí al instante; de aquel niño travieso que conocí, ahora solo quedaba un hombre alto, de hombros anchos y torso firme. Sus ojos oscuros me miraron con curiosidad, y sentí un escalofrío recorrerme la espalda cuando nuestras miradas se cruzaron.

Lo abracé, y no pude evitar sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Un segundo bastó para que algo en mi interior despertara, un deseo que había estado dormido durante meses. Su sonrisa, confiada y ligera, hizo que mis mejillas se encendieran. Nunca había notado lo atractivo que podía ser un sobrino.


Día 3 – La primera chispa

Carlos había salido de viaje, dejándome sola con Raúl. Al desayunar, él se sentó frente a mí y, sin darse cuenta, sus ojos recorrieron mis piernas mientras yo levantaba la taza de café. Sonreí para disimular, pero el calor subió a mi vientre.

Cuando me levanté a buscar más pan, pasó detrás de mí y sus hombros rozaron los míos accidentalmente… o tal vez no tan accidentalmente. Sentí el contacto prolongarse un instante demasiado largo. La electricidad de ese roce me hizo temblar, y me obligué a centrarme en la cocina, fingiendo indiferencia.


Día 6 – Palabras peligrosas

Por la noche, la villa estaba silenciosa, iluminada solo por las luces del valle que se extendía a lo lejos. Raúl se acercó con dos copas de vino y se sentó junto a mí en el sofá. La cercanía hizo que su brazo rozara el mío, y cada roce era un recordatorio de la tensión que se había instalado entre nosotros.

—Nunca había visto a una mujer como tú —dijo, su voz baja y firme, recorriéndome con la mirada.

Sentí que el corazón me latía con fuerza. Era imposible ignorar el deseo que nos flotaba en el aire. Nuestra conversación se volvió ligera, juguetona, llena de insinuaciones que me hicieron morderme el labio. Sabía que ambos éramos conscientes de lo prohibido, y eso aumentaba el morbo de cada palabra, de cada gesto.


Día 9 – Cercanía peligrosa

Mientras subíamos las escaleras hacia el segundo piso, Raúl estaba detrás de mí. La estrechez del pasillo hizo que su cuerpo se pegara demasiado al mío, y el calor de su respiración rozó mi nuca. Sentí un temblor recorrer mi columna; mis manos se aferraron instintivamente al pasamanos, como si necesitara sostenerme frente a la tentación.

Más tarde, en la sala, mientras él se inclinaba para recoger un libro, sus manos rozaron mi cintura. El contacto fue breve, pero suficiente para que mi mente se inundara de imágenes prohibidas. Nunca me había sentido tan vulnerable y al mismo tiempo tan viva.


Día 12 – El límite

Una manta ligera cubría mis piernas en la sala, mientras Quito se vestía de noche y el frío se colaba por las ventanas. Raúl se sentó a mi lado, demasiado cerca. No hablábamos; el silencio era eléctrico. Sus dedos tocaron los míos accidentalmente, luego sus manos se deslizaron por mis muslos, rozando mi piel con una suavidad que me hizo jadear sin querer.

Nuestras miradas se encontraron, y en ese instante supe que lo inevitable estaba a punto de suceder. Cada roce, cada mirada había sido un aviso. Quise apartarme, pero algo dentro de mí lo deseaba más que nunca.


Día 15 – El clímax prohibido (versión extendida y explícita)

La villa estaba en silencio, envuelta en la oscuridad de la noche, solo las luces lejanas de Tumbaco iluminaban la habitación. Raúl se acercó, y no hubo palabras; nuestros labios se encontraron con una urgencia contenida durante días. Su lengua encontró la mía y un escalofrío me recorrió la espalda. Mis manos se enredaron en su cuello mientras sus dedos recorrían mis caderas, presionándome contra él. Sentí su erección dura contra mi abdomen y un temblor de deseo me atravesó.

Comenzamos en misionero, con él sobre mí. Mis piernas se doblaban a su alrededor, una cruzada sobre su cadera para aumentar la fricción, la otra apoyada contra el sofá, dejándolo penetrarme más profundo. Sus manos sostenían mis caderas con firmeza, ajustando el ritmo mientras sus labios descendían a mis pezones, mordisqueando suavemente mientras yo arqueaba la espalda y gemía, sintiendo cada embestida recorrerme entera. Mi respiración se mezclaba con la suya, jadeos, susurros y gemidos llenaban la habitación, un sonido que sabía prohibido.

Sin pausa el se habia montándolo sobre mí. Mis caderas se balanceaban arriba y abajo, girando y ajustando el ángulo para que cada embestida golpeara mi vagina justo donde el placer se volvía insoportable. Sus manos exploraban mis senos, mis muslos, y a veces me sujetaba con fuerza por la cintura para controlar la profundidad. Mis gemidos se volvían más altos, mezclados con sus jadeos y susurros: “Te quiero así… así…”, y yo no podía contener mis uñas marcando su espalda mientras me dejaba llevar.

Nos giramos hacia una posición lateral, cuerpo a cuerpo, piernas entrelazadas. Cada roce y contacto era electrizante: sus manos exploraban mi espalda, mis caderas, acariciando y presionando mientras yo sentía cómo mi vulva se apretaba a cada movimiento, húmeda y receptiva. Sus labios bajaban a mi cuello, besando y mordisqueando, mientras sus dedos continuaban su danza sobre mí. Mis gemidos se volvieron largos y roncos, llenos de urgencia.

Luego él me colocó en posicion de perrito, arqueando mi espalda y separando mis piernas para recibirlo profundamente. Sentí cada embestida empujarme contra sus manos, mientras sus dedos jugaban con mis pezones y su aliento caliente rozaba mi espalda. Mis caderas se movían, respondiendo a su ritmo salvaje, levantándome y bajando, combinando movimientos suaves y embestidas rápidas. Cada gemido mío parecía excitarlo más, y sus gemidos resonaban junto a los míos, creando un ritmo salvaje y adictivo.

No nos conformamos con lo básico; combinamos variaciones más salvajes: yo encima, luego él, apoyándonos sobre el borde del sofá, cambiando ángulos, levantando caderas, girando, mientras nuestras manos exploraban cada curva del otro. Cada posición era una mezcla de placer intenso y morbo, un juego de control y entrega. Mis pezones, labios, vagina, su pene, cada centímetro de piel y mucosa estaba en contacto, reaccionando al toque, al roce, a la fricción y a la presión.

El sexo oral se alternó con penetraciones rápidas y lentas; sus labios y lengua exploraban cada centímetro de mi vulva, y mis manos recorrían su erección, apretando y estimulando, mientras nuestros cuerpos se movían en perfecta sincronía. Variamos entre misionero, el sobre mí, perrito recostados y posiciones improvisadas en el sofá, sobre la alfombra, incluso con piernas cruzadas, levantando caderas o apoyándonos en sus brazos para intensificar cada contacto.

Finalmente, el clímax nos alcanzó simultáneamente. Mis paredes se contrajeron alrededor de su pene, su cuerpo temblaba sobre el mío, y nuestros gemidos se mezclaron en un grito de placer y entrega total. El sudor recorría nuestros cuerpos, nuestras respiraciones eran rápidas y entrecortadas, mientras nos sosteníamos abrazados, sintiendo el calor, el latido y el estremecimiento de haber cruzado un límite prohibido. Cada caricia final, cada beso suave en mis hombros, quedó grabado en mí, un recuerdo ardiente de deseo y pasión consumada dejando como evidencia este relato erotico con mi sobrino que comparto con ustedes para que nunca se pierda a pesar que nunca lo olvidaré.

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